La leyenda de la Madre de los Ríos

Según cuenta la leyenda, en Aracar, en la cima de dicho cerro que esta aproximadamente a unos 6.000 metros de altura, habitaba un mujer hermosa, con un cuerpo esbelto y una cabellera dorada que caía hasta sus perfectas caderas.

Ella tenía labios rojos como el carmín y sus ojos eran de color celeste. Su cuerpo era transparente, como si hubiera estada formada de puras nubes. No eran pocos los arrieros y los cazadores de vicuñas y guanacos que la habían vislumbrado en lo más desconocido de las quebradas o en lo más inaccesible de los picos, pero nunca se supo de alguien que se jactara de haber tenido trato con ella, o de haber podido acercársele demasiado.

La hermosa mujer, tenía la costumbre de bajar hacia las quebradas y se acercaba al río para lavar su rubia cabellera, siempre iba acompañada por una corzuela blanca. Pero un día, bajó a lavar su cabellera y se dio con la sorpresa que una sequía había acabado con toda el agua de la quebrada. Al ver a los pobladores muy tristes y desesperados pues sus cultivos se echarían a perder a causa de la sequía, la mujer dejó a su corzuela cerca a su cabaña y se echó a andar por las nubes para ver lo que sucedía. Pero el diablo, que tenía envidia en su ser por naturalidad, hizo que un cazador cambie de objetivo, pues perseguía vicuñas y guanacos y logró tener en su objetivo la corzuela de la hermosa mujer.

Con el instinto cazador que lo caracterizaba, el cazador mostró todas sus habilidades y logró darle un tiro certero en el corazón del infortunado animal, quien con las pocas fuerzas que le quedaba, se asomó hacia un abismo y se lanzo para no ser cogido.

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Un silencio de muerte pareció descender desde el cielo atardecido, y cuando la mujer hecha de nubes llegó a su hogar y no vio a su compañera, inmediatamente supo que algo terrible había sucedido; salió a buscarla desesperadamente y la buscó por todos lados pero no lograba encontrarla, hasta que divisó en el fondo del abismo y logró encontrarla, la tomó en sus brazos y la llevó cuidadosamente hasta la cima más alta del Aracar. Al llegar a la cima, lloró incansablemente, fue tanto su llanto que sus ojos se convirtieron en dos fuentes inagotables, la gente del pueblo pudo cosechar sus cultivos y no murieron de hambre.

Se dice, que fue así como se crearon los manantiales, los arroyos y los ríos.
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